viernes, 24 de abril de 2015

¿Quién me quita lo volado?

Imagina que estás balanceándote sobre un columpio a punto de romperse. Sabes que la tragedia es cuestión de tiempo. Sabes que si no es sobre tu persona será sobre otra. El accidente es inminente. Imagina ahora que la cadena se corta en el momento más elevado. Imagina, si el pánico aun no te abraza, que comienzas a volar sin rumbo fijo, que el columpio ya forma parte del pasado, y que lo que ocurra a partir de ahora ya no depende de nadie, solo del azar, ese mismo azar que hizo, vilmente, cortar la cadena en la parte más alta y no la más baja. Cierra los ojos, estás volando. Tal vez la caída te mate o rompa varios de tus huesos. Pero estás volando, en este momento eres un ser humano con suerte, el azar tiene esas contradicciones o ironías. Extiende tus brazos, trata de buscar la magia, quizás puedas planear y amortiguar la caída. Sonríe, volar sin reír no sirve.
Si no hay risa no es vuelo.
La caída duele.
El golpe duele.
Si no duele no es golpe.
Tienes que ponerte de pie, no buscar culpables. Mira a tu alrededor con soberbia, los presentes no han volado todavía, y luego de observar las consecuencias (entre las que podemos destacar un hombro dislocado, una rodilla inflamada y una posible fractura de muñeca, además de la sangre por toda la cara) no querrán volar nunca. Ellos si buscan culpables. Te preguntan si estás bien.
Dí que sí.
Siempre di sí.
Eleva tu brazo sano. Extiende tu dedo hacia el cielo. Sonríe. Mira a la gente aglomerada allí con altanería. Ellos no vivieron tu experiencia. Para ellos eres un héroe que sacrificó su cuerpo en pos del bienestar del resto. Te sacan fotos. Te filman. Te ofrecen agua. Los más sensatos ofrecen sus vehículos para llevarte al médico. Pero nada de eso importa. Acabas de volar. Estuviste en el aire durante casi diez segundos, libre de paracaídas, libre de sogas, libre de todo.
Tu cuerpo débil cae. Quedas recostado rodeado de toda esa gente.
Tu vista se nubla.
Tu sonrisa se convierte en risa.
La risa en carcajada.
Escupes sangre.
Te desmayas con el temor de no saber si volverás a despertar, una exageración del subconsciente. Alguien se acerca. Te toma de la mano para tratar de calmarte. Intentas decirle algo. La persona se acerca a tus labios, pues tus fuerzas no te permiten hablar fuerte ni con claridad.
- ¿Quién?... - dices y toses - ¿Quién me quita lo volado?
Te duermes sabiendo que volar ya no es un sueño, pero que algunas veces, ante la crudeza de la realidad, es preferible soñar.

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