martes, 9 de junio de 2015

Otra Chica

Faltaba solo un cuarto de hora para que ella ingresara al trabajo y aun estaba en su casa, ya lista, preparada, con la cartera en sus manos, caminando de aquí para allá, nerviosa, mirando su reloj pulsera a cada instante. Su madre no llegaba, y no podía dejar a su bebé solo. Una ironía pensó, ella trabajaba de niñera y no tenía en ese momento quien cuidara de su hijo. Nada grave, su madre ya se había comunicado con ella explicándole que se demoraría unos minutos porque el colectivo en el cual se estaba trasladando había sido víctima de un piquete a la salida de un cruce de avenidas, pero que ye era un problema solucionado.
Con timidez y asustada llamó a su patrona, una mujer joven que también debía ir al trabajo y no podía, por supuesto, dejar a su hijo solo. La jefa se molestó, no tanto con ella sino con la situación, al fin y al cabo, nadie controla y no depende de uno ser víctima de un piquete.
La madre de la niñera llegó disculpándose con cuanta plegaria conocía y metiendo a Dios en cada una de sus oraciones; "Dios mío, se me hizo tarde", "yo le pedía a Dios que levanten el piquete", "Dios quiera le empiece a ir bien a este país", "gracias a Dios ya estoy acá". La chica la saludó con un beso en la mejilla y caminó casi al trote hasta la parada del colectivo, donde la suerte estuvo de su lado y gracias a un semáforo que detuvo al tráfico, ella tuvo la posibilidad de llegar a tiempo.
En el transporte ya no quedaban asientos libres, y por supuesto nadie tuvo la gentileza de cederle un lugar. Caminó hasta el fondo porque ya conocía el recorrido, y en la siguiente parada subiría demasiada gente, y si quedaba en el medio del pasillo los hombres, con la excusa de tener que ir hacia atrás para descender del micro, aprovechaban para tocarla con cualquiera de sus extremidades. Ella poco podía hacer, un par de veces, frente a la alevosía del toque sintió la necesidad de insultar a su agresor, pero el tipo negó todo, le dijo que estaba loca, que era susceptible y se rió con sorna; la gente presente no hizo absolutamente nada. Generalmente ella permitía los manoseos, abrazaba su cartera por temor a que se la robaran, tomaba aire, los insultaba por dentro y continuaba su viaje. Algunas veces tenía la dicha de conseguir un asiento, eso para ella era un enorme alivio, y en tal situación se vio siendo egoísta, al ver subir a una anciana con bastón, y al ver que nadie le ofrecía un lugar, ella tampoco lo hizo, bajó su mirada hasta la ventana para ver el paisaje urbano, de ninguna manera iba a ponerse de pie en el medio de una jauría de hombres. Lo sintió por la mujer.
Ella iba con sus auriculares escuchando música, aunque realmente no estaba oyendo nada, sino que iba haciendo cuentas mentales sobre las cuentas a pagar, si el padre de su bebé le daba algo de dinero quizás tuviese un mes tranquilo, pero en el fondo sabía que eso no iba a ocurrir. Ya no sabía como disculparse con el mercadito que le daba fiado, y hasta dejó de ir al kiosco de la otra cuadra por vergüenza de no poder pagar las últimas dos cargas virtuales, y como ya había pasado mucho tiempo, a pesar de tener el efectivo para saldar la deuda, la vergüenza fue más grande y ya no volvió a ir, inclusive hasta se tomaba el trabajo de no pasar por esa cuadra, o si no le quedaba más alternativa, lo hacía por la vereda del frente, con la cabeza gacha y a paso veloz.
Descendió del colectivo con cuidado, el suelo estaba mojado y resbaloso por las lluvias de la noche anterior y no quería caerse. Caminó dos cuadras hasta llegar a la casa donde trabajaba, su jefa estaba esperando impaciente en la puerta de entrada. Se saludaron, ella se disculpó pero no había tiempo para mucho más, ingresó al hogar al mismo tiempo que la patrona corría hacia la parada del colectivo con la esperanza de llegar a tiempo a su trabajo.

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