lunes, 15 de junio de 2015

Un Chico

Tadeo mira poco y nada la televisión. Se deleita solo con los documentales de asesinos en serie y con los "Viernes de placer y venganza" de Discovery Investigation. Aprendió con el tiempo a querer (y admirar, por qué no) a Woody Allen, y putea a Pedro Almodóvar aunque no puede dejar de ver sus películas. Maldice en voz baja cada vez que en el veloz zapping "engancha" una película del director español, porque se ve obligado a mirarla sí o sí, y eso "le hace perder el tiempo".
Toma un mate cada tanto, tibio, inclusive frío en varias oportunidades. Le gusta el ritual, poner un mantel, preparar el tarrito de azúcar sobre el ángulo superior izquierdo del mismo, el mate en el centro, si es posible sobre la manzana que tiene como diseño el mantel, la pava eléctrica a la derecha. Deja que el agua se enfríe un poco. Toma un primer mate amargo y rápido. Al segundo le pone dos cucharadas de azúcar. A partir del tercer mate la secuencia se torna más espaciada; camina por su casa, mira por la ventana, enciende la computadora para poner música, prende el televisor en volumen cero y deja algún deporte. Es consciente de sus propias obsesiones, el volumen de la tele debe ser múltiplo de cinco, el aparato debe apagarse estando en un canal par, el zapping es descendente a partir del canal 70, obsesión que tiene su lógica porque el botón del control remoto para subir de canal ya no funciona.
A veces toma café con la esperanza de que el insomnio fomente su creatividad, pero no hay caso, hace meses que está bloqueado. Hoy es un simple fotógrafo de eventos sociales, bautismos, comuniones, casamientos. Atrás quedaron sus tiempos de fotógrafo freelance o indie, ya no hace muestras ni sale en las revistas.
El timbre de su departamento suena. Presta atención y puede percibir a unos metros el sonido del motor de una moto. Seguramente se trate del delivery de pizzas. Camina por el angosto pasillo, su departamento es el último de los vecinos. En la segunda ventana ve (y escucha) que la familia está mirando un partido de fútbol, en el primer departamento abunda el silencio.
Intenta abrir la reja que da a la calle, putea en voz alta porque se olvidó la llave, se disculpa con el chico del delivery y le dice que ya viene, "ya vengo, me olvidé la llave", pero no termina de caminar unos metros que vuelve sobre sus pasos con la brillante idea de pasar la caja de la pizza por entre las rejas. Tratan entre los dos, empujan, hacen fuerza, pero no se puede, la caja se está deformando, la pizza se enfría y la reja anti robos es también anti delivery. No tiene más opción que regresar hasta su departamento a buscar la llave, aunque no tiene la más puta idea de donde puede llegar a estar. Busca en la mesa de luz, en los cajones, debajo de la cama, en la mesa, nada. Maldice en voz alta citando los genitales de la hermana que no tiene.
- ¡¡Aguantame un segundo!! - grita desde el fondo al chico del delivery.
El chico prende y apaga las luces de la moto en señal de afirmación.
Tadeo golpea la puerta de su vecino. Sabe de su fanatismo por el fútbol, y que interrumpir un partido puede ser motivo de disputa vecinal. Le explica lo sucedido y le pide prestada la llave de entrada. Siente la obligación moral de dejarle una buena propina al chico de la pizza por la espera.
- ¿Como van? - pregunta al devolver la llave.
- Empataban, pero no sé, ahora se armó un quilombo con la hinchada y los jugadores, parece que lo suspenden.
Abre la caja para resignarse, la pizza ya no es pizza. Está fría, dura, la salsa corrida y el queso todo desparramado sobre un lado del cartón. El hambre lo puede y come tres porciones, el resto sabe que lo tirará al día siguiente en el contenedor de la esquina.
Se recuesta sobre su cama solo para recordar la enorme contractura que yace sobre sus hombros y toda la espalda y la zona lumbar. Tiene ganas de gritar, el dolor es inmenso, los calambres lo agobian desde hace varios días. Mira de reojo la mesa de luz, allí está reluciente la tarjeta blanca que su mejor amiga le había dado por la tarde, donde decía que una tal Eugenia realizaba masajes descontracturantes.
Observa el número telefónico y se promete que llamará por la mañana mientras se pregunta donde mierda estarán las llaves.

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