viernes, 5 de junio de 2015

Una Chica

Una chica baja del colectivo en la parada de mitad de cuadra. Desciende con cuidado y debe dar un pequeño salto porque últimamente ha llovido y se forman charcos. Ella no quiere que sus botas se ensucien ni que se salpique con barro su jean. Patina en el pasto y está a punto de caerse pero se sujeta a tiempo de un poste de luz que lleva un cartel casero con la foto de un perrito perdido. Introduce la mano en el morral buscando el teléfono celular, lo toma y cuando va a sacarlo su dedo se engancha con la tapa de tela porque lleva puesto un anillo. Se desespera. El celular está sonando y ella no puede responder. Se da cuenta que en realidad el ringtone es producto de un mensaje y no una llamada. Se tranquiliza y desata el anillo de los hilos sueltos de la tapa del morral con más tranquilidad. Habría sido más simple hacer fuerza y cortar los hilos, pero eso habría producido que parte de la tapa se rompiera.
Camina unos pasos con el teléfono en sus manos. Todavía no ha levantado la vista desde su descenso del transporte público. Lee el mensaje en cuestión y sonríe. Las posibilidades son varias. Pudo haber recibido una foto graciosa, de esas que se hacen virales en la web, o bien pudo haber recibido un chiste de esas compañías a las que uno se suscribe por unos no tan pocos centavos por día. Quizás era su jefe diciéndole que mañana cobraría el aguinaldo o una amiga confirmando la presencia del chico que le gusta en la fiesta del fin de semana. Tal vez alguien le está pasando la nota de un examen de la facultad, porque quizás la chica estudie, o es su madre que le confirma que agarró el 48 en la Nacional. También la sonrisa puede ser irónica porque el mensaje es en realidad un aviso de la compañía de celular diciendo que su plan ha sido actualizado y la tarifa incrementada.
La chica se detiene en la ventana de un kiosco, pide una botella de agua y al recibirla le pide disculpas al señor que la atendió, pero le pregunta si no tiene otra que esté más fría, porque esa tarde hace calor y hay mucha humedad producto de las recientes lluvias. "A lo mejor una de las de atrás", dice con timidez la chica. El señor le cambia la botella y le dice que tiene lindos ojos. Ella sonríe, inclina la cabeza hacia un lado y agradece.
Dos cuadras más adelante, y luego de soportar tres piropos, dos de ellos elevados de tono, ingresa en el hall de un edificio, toca el timbre de un departamento ubicado en el tercer piso y la puerta se abre. Generalmente ella sube por la escalera, porque de paso le sirve como ejercicio para tonificar las piernas, pero hoy se le hizo tarde y utiliza el ascensor.
Ingresa en el departamento. La recibe una señora mayor. Se disculpa por la tardanza diciendo que la niñera llegó tarde y perdió el colectivo de las cuatro. La señora parece disculparla, aunque es indiferente tanto a su disculpa como a su demora. Deja apoyado el morral sobre un sillón y pregunta si ya hay alguien mientras se quita también su campera y estira la remera hacia abajo para alisarla. La señora le responde que sí, que en la habitación del fondo ya hay un cliente esperando por ella.
Su corazón palpita con fuerzas. Todavía no se acostumbra. Se dirige al baño para cambiarse y ponerse el traje del oficio. Se maquilla y se perfuma. Cierra los ojos. Respira profundo. Ya se ha olvidado del mensaje recibido, y ese pequeño instante que la hizo sonreír es parte de un pasado lejano, remoto, melancólico. Camina hacia el dormitorio del fondo con la esperanza de que el cliente sea, al menos, alguien lindo, o presentable. La última vez había sido hace ya una semana, y no había sido nada agradable, una persona obesa y peluda, que sudaba demasiado. Ingresó en el cuarto, el hombre estaba fumando. Sintió cerrarse la puerta detrás de ella y sintió miedo, siempre sentía miedo.

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