jueves, 17 de marzo de 2016

Lucrecia

Lucrecia está internada para superar su adicción a la cocaína. No lo oculta ni siente vergüenza de exponer sus problemas frente a todos cada vez que sale el tema. Dice que esa droga es el “puto infierno”, que llega un momento en el que ni siquiera se la disfruta pero que no se la puede dejar. Afirma haber estado clínicamente muerta dos veces por esta sustancia, y que los doctores la reanimaron a tiempo.
-La segunda vez fue más grave – dice – Estuve muerta como tres minutos.
Desconozco si es científicamente posible revivir a alguien que lleva ese tiempo fallecido, pero supongo que también hay que agregar al relato la dosis de exageración que todos incluimos en nuestras historias, y así una gripe de dos días se convierte en un virus desconocido de una semana, una bronquitis en una neumonía, un dolor de tobillo en una extensa rehabilitación kinesiológica, y un amor que no fue en una vida de sufrimiento.
Lucrecia me cae bien. Es un poco más grande. Dice que es la tercera vez que se interna, la segunda por voluntad propia. Dice que lo hace por sus hijos, que tiene que recuperarse por ellos. Eso me hace desconfiar de los tratamientos. Me cae bien porque fue la primera en hablarme y la única que me defendió cuando un grupo de internas me rodeó para golpearme.
Acá las chicas me dicen que como soy una “muñequita” les quito protagonismo a todas, pero que esto es hasta que se me gasten los maquillajes, que después de eso ya no permiten entrar esas cosas a la clínica. Siempre me empujan por los pasillos, o me ponen el pie para que me caiga, me rodean, me señalan con el dedo y se me ríen, dicen que estoy borracha y que por eso me caigo. En el comedor ninguna quiere sentarse al lado mío, porque dicen que seguro les vomito encima. Estos momento me recuerdan a la época del colegio secundario, donde todo el mundo me molestaba, hasta los varones, las palabras son las mismas, los chistes también. Yo le dije a la doctora lo que me estaba pasando, y me dijo que si todo el mundo está en mí contra a lo mejor es por algo que yo esté haciendo mal. La doctora no me quiere, y si por ella fuese, de acá no saldría nunca más.
-Si las mujeres te pelean y los hombres no te hablan deberías replantearte varias cosas – me dijo en la última sesión.
Yo le pregunté si me tenía envidia por algo, o por qué me tenía bronca. No respondió, solamente sonrió y me subió la dosis de una pastilla para que durmiera más tiempo. Creo que se llama Azucena, es una mujer normal, supongo que hasta valdría la pena para un hombre darse vuelta para mirarla por la calle, no sé si es casada o soltera, pero es mala y se nota que es frígida. Le dije que necesitaba un hombre con urgencia.
-Mirá pendeja – se ofendió – Si querés que te dé el alta empezá a cambiar tus actitudes de estrellita, acá sos una más, acá no sos Vicky, acá sos la interna Nº 3012, o en todo caso, acá sos Porcelana.
Se sonrió al llamarme por mi apodo. Seguro piensa que no me gusta que me llamen así. Los hombres me dicen de esa forma porque como tengo la piel muy blanca y les gusto, dicen entre ellos que soy una muñequita, todo surgió de la creatividad del Oruga. En cambio las mujeres aprovechan el mismo apodo para reírse de mí, porque dicen que la porcelana es fría como mi corazón, y que se rompe fácil y que yo soy frágil como ese material.
No me molesta ninguna de las dos opciones. Que piensen que soy una muñequita es lindo, y la fragilidad emocional no la considero una debilidad.
Lucrecia me pregunta por qué no me defiendo cuando me pelean o me empujan. Yo le digo que no sé, que no me molesta mucho en realidad, que voy a estar acá poco tiempo y no quiero hacer lío.
-¿Poco tiempo? – se asombró.
-Sí.
-¿Vos sabés por qué estás acá?
No respondo. No me interesa hablar de eso. Siento como mi mente bloquea todo tipo de recuerdos. La miro de reojo. Ella se ríe y me da un pequeño empujoncito cómplice.
-¿Ves? – dice – Ya mirás como una loca y todo.
Nos reímos juntas.
El enfermero lindo pasa frente a nosotras y nos pregunta en qué andamos. Lucrecia aprovecha y le pide yerba para el mate, él le dice que la acompañe que le convida un poco y dice como al pasar que por la noche habrá en el salón un concurso de talentos, que estamos invitadas a participar.
Se van caminando juntos. Lucrecia se voltea para verme y me hace un gesto con su mano y su boca, infla su mejilla empujándola con la lengua, se ríe. Siento bronca.

Nunca regresó con la yerba y me quedé sin tomar mate.

(Texto enviado por Porcelana, pertenece a su diario íntimo)

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