miércoles, 9 de marzo de 2016

Oruga

Según la Wikepedia se denomina oruga a la larva de los insectos del orden Lepidoptera que incluye las mariposas diurnas y nocturnas. Las orugas son típicamente blandas y cilíndricas y a menudo poseen vistosos colores, que usualmente advierten de su toxicidad o desagradable sabor. A lo mejor por esto es que al Oruga le dicen oruga.
El Oruga es el interno que más tiempo lleva en la clínica. Según él lleva unos veinticinco años, pero no se puede confiar mucho en él, porque tiene apenas unos treinta años de vida, entonces o miente o estuvo loco toda su vida. Los enfermeros lo quieren y lo dejan ingresar a sectores prohibidos para el resto de los pacientes; puede entrar a la cocina a tomar mates, al lavadero, y a jugar al ajedrez a la oficina del director.
Él se define como un tipo sensible (blando, como las orugas), y le gusta vestirse con bermudas y camisas floreadas (vistosos colores), pero las enfermeras me advirtieron que me mantenga alejada de él, que con los enfermeros y hombres marcha todo en orden, pero que si una mujer le habla demasiado él tiene tendencias a la obsesión, y puede llegar a ser peligroso (advierten de su toxicidad), pero yo lo veo leer cada tarde sentado abajo del árbol del patio y no parece peligroso.
Me acerco violando todas las recomendaciones, me pongo en cuclillas a su lado y apoyando las manos sobre mis rodillas le pregunto que está leyendo.
-Temporada en el Infierno – dice.
-Rimbaud – respondo yo y observo la tapa del libro para ver de qué edición se trata, algunas vienen con tapa dura, otras con tapa blanda, algunas traen dibujos en el interior.
El Oruga no dice nada, y yo me pierdo en la tapa. Amo a Rimbaud, cito mentalmente algunos pasajes del libro, lo leí varias veces, y si bien mi memoria no es exacta, algunas frases recuerdo. Pienso en mis amigos (ex amigos tal vez, aun no lo sé) y recuerdo que en las noches de tequilas nos emborrachábamos y leíamos juntos a Rimbaud en voz alta, analizábamos las frases, los pensamientos, delirábamos. Los extraño.
Regreso a la situación. El Oruga me observa fijo. Ya no lee, y en algún momento cerró el libro y no me di cuenta. Mueve imperceptiblemente sus labios, como esos gatos que se saborean la comida antes de comer mientras observan a sus dueños abrir la lata o la bolsa del alimento, escucho un leve chasquido de su lengua, sus ojos comienzan a abrirse y una sonrisa asoma en su rostro.
-Dame un beso – dice.
Yo grito y los enfermeros no tardan más de doce segundos en rodearnos, uno me sujeta por la espalda y me aleja mientras me pregunta “¿Qué hiciste nena, que hiciste?”, y los otros tratan de inmovilizarlo, cosa que solo pudieron conseguir a través de una inyección.
-Solamente me acerqué a preguntarle que estaba leyendo, y como conocía el libro le dije el nombre del autor, nada más.
Supliqué clemencia en la oficina del director. Querían expulsarme de la clínica, darme sesiones de electro choques tres veces por semana. Me culpaban por el estado del Oruga. Les hice entender que si me hacían eso estaban ellos más enfermos que yo.
-Él se obsesiona muy rápido – me explicaron – Basta con que una mujer le hable para que él se enamore perdidamente, se obsesione y la persiga. Como siempre es rechazado se pone peligroso, primero intenta violarlas y después matarlas. Esto nos pone en un problema grande, porque él tiene que estar internado, y vos también.
Algunas internas comenzaron a mirarme mal. Me robaron las golosinas y me cambiaron la medicación. Entre ellas decían que yo era mala, que por mi culpa el pobre Oruga estaba atado a una cama, sedado todo el tiempo, que deliraba recitando poemas improvisados de amor para mí, que como ni siquiera sabía mi nombre me había puesto “Porcelana”, porque les decía a todos que yo era una muñequita de ese material.
Me gusta el apodo Porcelana. Tiene partes iguales de ternura e inocencia. Por sentimiento de culpa me siento en el mismo árbol que el Oruga y leo desde ahí todas las tardes. A veces escribo algunos poemas y empecé un diario. No hay mucho más para hacer, y menos para alguien que recién ingresa, no tengo amigas y creo que no las voy a tener, los hombres me miran con cariño pero no se animan a hablarme, algunos me conocen de afuera por mi actividad en el arte y me ven como una celebridad, los inhibo, todavía no me dejan ver televisión ni usar las computadoras, me tienen prohibido los celulares, me quitaron el mp3 y no puedo manejar el reproductor musical de la sala de estar, tampoco estoy por el momento autorizada a recibir visitas, pero sospecho que mis amigos no van a venir. Camino bastante por el patio. No hablo con nadie, solo con los doctores. Después descanso. Hay algunos talleres a los que concurro de forma pasiva, en las clases de danza no bailo, solo voy a mirar, lo mismo hago en las clases de costura, y lo del taller literario me da risa, pero irme a mitad de la clase es de mala educación.
Las mujeres del lugar me odian. Como era una prohibición acercarnos al Oruga todas las minitas lo veían como el fruto prohibido, la tentación de la carne, etcétera. Lo querían y les gustaba porque les habían dicho que no podían tenerlo.
Me enteré que el Oruga tuvo que ser trasladado a otra institución, una un poco más severa y con mayor seguridad, y que a lo mejor no vuelva a salir nunca en su vida. Porque apenas lo desataron de la cama intentó suicidarse al grito de “si no puedo tener a Porcelana no quiero vivir más”, tuve que preguntarle a un doctor si eso era cierto, porque si bien yo no hice nada, una parte de mí se sentía culpable.
-Mirá – me confesó un médico – Estás en una clínica de rehabilitación, con enfermos psiquiátricos, acá hay gente muy loca, enfermos de verdad, no pasa mucho, pero puede ser que alguien se suicide alguna vez si nos descuidamos.
Una de las doctoras me quiere hacer creer que estoy depresiva y que tengo una obsesión gigantesca con negar mis problemas, que mientras no reconozca esas cosas no voy a poder avanzar. Pero yo no estoy triste. Yo quería hablar con un doctor, porque sé que las mujeres son envidiosas y celosas y que no me iba a dar un diagnóstico objetivo. Pero me dijeron que eso es tener un delirio de grandeza y me mandaron con esta tipa igual.
Es lindo el patio, me gusta el verde del césped, está bien cuidado. La sala de estar tiene afiches de colores fabricados con cartulinas pegados en las paredes. Un sábado por mes nos dejan organizar bailes en horario “matiné”, sin alcohol. Mi habitación está en el tercer piso, la ventana (con rejas) da al jardín, y de noche la Luna descansa y me cuida de frente.
La comida es rica.

Y el enfermero muy lindo.

(Del diario íntimo de Porcelana)

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